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La voz del docente: Juan Carlos Revilla Castro.



Juan Carlos Revilla Castro

  • Profesor Títular de la Universidad Complutense de Madrid.

  • Dpto. Antropología Social y Psicología Social.

  • Imparte clase en el Máster en Metodología de la Investigación en CC. Sociales, en el Máster oficial en Comunicación Social, en el Máster en Estudios Avanzados en Trabajo y Empleo y Máster en Sociología Aplicada: Problemas Sociales, y en el Máster en Psicología Social.


¿POR QUÉ LAS PERSONAS JÓVENES PODRÍAN ESTAR VIVIENDO PEOR EL CONFINAMIENTO? UNA EXPLICACIÓN SOCIOLÓGICA.


Seamos honestos, realmente no sabemos si los y las jóvenes están viviendo peor el confinamiento. Hay alguna investigación incipiente (Lozano, 2020) [1] que apuntaría en esa dirección, pero aún no está finalizada y no proporciona demasiada información sobre su representatividad muestral.


Sin embargo, el conocimiento acumulado por los estudios de juventud en las últimas décadas haría plausible pensar que esto se estuviera produciendo. Y ¿cuál sería la explicación? Pues la situación social en la que viven los jóvenes, pero vamos desarrollarlo con algo de detalle.


Es bien conocido que la población juvenil en España se emancipa a edades muy tardías, más que en otros países, y más tardías que en épocas anteriores. Esto se produce sobre todo como fruto de causas estructurales (desempleo, precariedad y dificultad de acceso joven a la vivienda) (Jurado, 2001; Moreno, 2003, 2015) [2]. Como sostienen Ballesteros et al. (2012) [3], entre la juventud, sobre todo de clase media, se tiende a postergar la emancipación (el abandono del hogar de los progenitores) hasta haber conseguido como mínimo una posición socioeconómica parecida a la de la familia de origen, tanto en términos laborales como económicos. Por tanto, se convierte en una estrategia defensiva que pone en marcha quien puede, con el beneplácito de las familias, que entienden esta protección de sus vástagos como su responsabilidad frente a un complicado entorno exterior. El resultado es que muchos jóvenes tienen que convivir durante muchos años con sus progenitores.


Sin embargo, la investigación estaba mostrando que esa convivencia intergeneracional en el hogar se estaba produciendo de una manera poco conflictiva, facilitada por la mayor permisividad de unos progenitores que seguramente están menos alejados de sus vástagos que en otras épocas. Esto se denomina la reducción de la distancia intergeneracional (Moreno, 2002) [4], e implica que los valores y actitudes de los y las jóvenes no están ya tan alejados de los de sus padres como en generaciones anteriores. La profundidad de este cambio ha llevado a pensar que la emancipación tardía se debe a causas culturales (Comas, 2015; López et al., 2018: 89-90) [5], esto es, que existe en nuestra cultura hispana una tendencia a la importancia del vínculo familiar que se traduce en un deseo de convivencia de los progenitores con sus hijos.


Sin negar estos extremos, el confinamiento estaría haciendo que a estos arreglos intergeneracionales se les pudieran estar estallando las costuras. Jóvenes no emancipados, la mayoría, se han encontrado de repente con que tienen que convivir las 24 horas del día y durante no menos de dos meses seguidos con sus progenitores. La mayoría de los que trabajan están ahora teletrabajando o han perdido el empleo. Quienes estudian ahora lo hacen desde casa, en convivencia familiar continua.


Fuera de estos espacios institucionales, el ámbito de la formación y el trabajo, los y las jóvenes han perdido aquello que más desean según todas las encuestas, la posibilidad de pasar tiempo entre iguales, con sus amistades. No se puede acceder a los espacios y tiempos nocturnos que han hecho suyos desde hace muchas décadas. Tampoco pueden encontrarse en la propia casa, pues sus progenitores están también, y siempre, en casa: no se pueden ir de fin de semana o a la segunda residencia. Así que se acabó hacer fiesta o jugar a videojuegos en casa de un amigo/a, ya que sus padres se han ido “de finde”. Algo parecido se podría aplicar a las relaciones afectivo-sexuales: ni se dispone de espacios propios ni prestados para la intimidad. Tampoco pueden realizar actividades en las que se encontraban con otros jóvenes y que suponían también un gran alivio, como hacer deporte, salir de viaje, asistir a espectáculos, etc.


Por tanto, los jóvenes están obligados a convivir con unas personas, sus padres y madres, a los que seguramente quieren mucho, pero que no son sus amigos. De forma que son sus progenitores quienes marcan las normas de convivencia, los márgenes dentro de los que se pueden mover. Aunque esto se produzca de forma razonable y de sentido común, no deja de ser una imposición que los y las jóvenes no podrán más que sobrellevar. Al fin y al cabo, la juventud es una población dependiente, subordinada y limitada en sus posibilidades de actuación respecto de los adultos con los que interactúa y convive habitualmente (Revilla, 2001) [6]. En este sentido, la edad del joven dependiente será un elemento importante: la asimetría paterno-filial que se acepta con naturalidad en la adolescencia será una carga mucho más pesada para el adulto-joven, que ya se percibe en edad de asumir sus propias responsabilidades, lo que la dependencia, y más en confinamiento, le impedirá.


Desde este punto de vista, las comunicaciones virtuales ya estaban sirviendo para que las relaciones con los iguales fueran cada vez más omnipresentes e importantes (Gordo, García, De Rivera y Díaz-Catalán, 2018) [7], en la medida en que es posible relacionarse y compartir experiencias en la distancia. Pero en el confinamiento están cobrando una importancia todavía mayor, vital, en las actuales circunstancias, como muestra el hecho de que hayan proliferado, no solo entre jóvenes, las aplicaciones de videollamada grupal. Aun así, esto tiene límites claros. En primer lugar, se pierde la distancia corporal, física, que es especialmente importante para la juventud. En segundo lugar, no se dispone de la misma intimidad de la que se disponía cuando se podía disfrutar de momentos de soledad, cuando los progenitores no estaban en el hogar, por estar trabajando o en otras actividades ahora prohibidas. Ahora sabemos que nos pueden escuchar, voluntaria o involuntariamente, porque podrían estar al otro lado de la puerta.


Hasta aquí el panorama general, pero, lógicamente, hay matices, pues no todos los y las jóvenes están en las mismas condiciones. Las limitaciones derivadas de la convivencia familiar intensiva no deseada se agravarán cuando el espacio del que se dispone en el hogar sea menor y menos compartimentalizable, pues eso dificulta la intimidad (diferencia entre vivir todos en una habitación o en una casa unifamiliar). Igualmente, el confinamiento se sufrirá más cuando la convivencia familiar sea problemática o conflictiva, lo que no es extraño cuando están juntos adolescentes o jóvenes y adultos, incluso se podría agravar por las tensiones derivadas de la intensidad de la convivencia. También se sufrirán las limitaciones en el acceso y uso de las nuevas tecnologías, por la importancia que hemos visto que tienen en las circunstancias actuales, y sabemos que existe una fuerte brecha digital, de uso y de acceso a según qué dispositivos en nuestro país (Calderón, 2020) [8]. Como se puede apreciar, estos factores agravantes del confinamiento están claramente relacionados con la clase social.


Por último, ¿qué sucede con las personas jóvenes emancipadas? Estaríamos pensando en aquellos que viven solos, en pareja sin hijos o bien en convivencia con otros jóvenes. Nuevamente, resulta difícil afirmar nada con seguridad, dada la ausencia de investigación al respecto. Al tiempo, los estudios de juventud han trabajado menos con estos colectivos, en la medida en que son minoritarios dentro del colectivo juvenil. Aun así, diríamos que los y las jóvenes que viven solos tienden a organizar su vida en torno a sus relaciones amistosas con iguales, lo que ahora se ve limitado a lo virtual, sin tener el sustituto de unas relaciones familiares que, con todo, aportan unas relaciones afectivas insustituibles. Quienes comparten piso se pueden estar viendo obligados a convivir con personas con las que no tienen demasiados vínculos afectivos, lo que es una oportunidad de crearlos o un riesgo de que la convivencia fracase y se vivan situaciones de conflicto. ¿Sería la situación ideal el confinamiento en pareja? Al menos tiene varios de los elementos que hemos señalado como positivos: disponibilidad de relaciones afectivas deseadas, codeterminación de las normas de convivencia… Pero puede tener también el riesgo enorme de que la relación en determinadas circunstancias: no sea igualitaria y resulte en situaciones de violencia de género.


En definitiva, creemos haber apuntado algunas claves que incidirán en que el confinamiento se pueda llevar mejor o peor: a) capacidad para la codeterminación de las normas de convivencia; b) disponibilidad de relaciones afectivas (mejor presenciales que virtuales, que pueden servir como sustituto parcial); c) disponibilidad de espacios-tiempos propios que permitan las relaciones primarias con los iguales; d) disponibilidad de recursos tecnológicos suficientes para mantener las relaciones virtuales.


Referencias

[1] – Lozano, Ana (2020). El impacto psicológico y la resistencia de la población española ante la COVID1. Blog de la cátedra Contra el estigma. Grupo 5 / Universidad Complutense de Madrid. Disponible online [2] – Jurado, Teresa (2001). Youth in transition: housing, employment, and social policies in France and Spain. Aldershot: Ashgate. DOI: https://doi.org/10.4324/9781315191614 – Moreno Mínguez, Almudena (2003). The late emancipation of Spanish youth: keys for understanding. Electronic Journal of Sociology, 7(1). DOI: https://doi.org/10.1080/02673843.2018.1438299 – Moreno Mínguez, Almudena (2015). Produciendo la juventud: la imagen de los jóvenes en los estudios generales sobre la juventud española. Revista de Estudios de Juventud, 110, 35-47. Disponible online [3] – Ballesteros, Juan Carlos, Ignacio Megías y Elena Rodríguez San Julián (2012). Jóvenes y emancipación en España. Madrid: Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. Disponible online [4] – Moreno Mínguez, Almudena (2002). El mito de la ruptura intergeneracional en los jóvenes españoles. Revista de Estudios de Juventud, 58, 1-16. Disponible online [5] – Comas Arnau, Domingo (2015). La emancipación de las personas jóvenes en España: el túnel del miedo. Metamorfosis, 2, 7-24. Disponible online – López, C (Coord); Alemany, E.; Canal, P; Gil,E; Mari-klose, P.; de Miguel, V.; Sanmartín, A.; Tudela, P. (2018). Índice Sintético de Desarrollo Juvenil Comparado (2009-2017). España en Europa. Madrid: Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, Fad. Disponible online [6] – Revilla, Juan Carlos (2001). La construcción discursiva de la juventud: lo general y lo particular. Papers, 63/64, 103-122. DOI: http://dx.doi.org/10.5565/rev/papers/v63n0.1209 [7] – Gordo, Ángel, Albert García Arnau, Javier de Rivera y Celia Díaz-Catalán (2018). Jóvenes en la encrucijada digital. Itinerarios de socialización y desigualdad en los entornos digitales. Madrid: Morata. Disponible resumen online [8] – Calderón, Daniel (2020). Jóvenes y desigualdad digital: las brechas de acceso, competencias y uso. Análisis y Debate. Blog del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud. Disponible online


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