Franciso José Segado Poj
Doctor en historia de la comunicación y licensiado en periodismo.
Experto en periodismo digital y redes sociales y Comunicación académica y ciéntifica.
Profesor de Historia de la Comunicación Social, Historia del Periodismo Universal e Información y Comunicación. Historia en la Universidad Complutense de Madrid.
EL PARADIGMA DE LA OBJETIVIDAD EN EL PERIODISMO
El periodismo moderno se construye sobre varias características radicalmente opuestas al tipo de información y medios de comunicación inmediatamente anteriores.
Hasta principios del siglo XIX las publicaciones impresas tenían un carácter fundamentalmente ideológico. Estaban publicadas directamente -o vinculadas de manera muy estrecha- a partidos políticos, a corrientes dentro de movimientos ideológicos o incluso a líderes y personalidades particulares dentro de esas corrientes. Su objetivo consistía, ante todo, en defender puntos de vista, atacar a los oponentes ideológicos y sentar doctrina acerca de los asuntos más relevantes dentro del debate parlamentario.
Esta forma de simbiosis entre política y periodismo va a desaparecer prácticamente con la aparición de la prensa de masas. Los nuevos periódicos que se crean en las primeras décadas del XIX basaron su modelo de negocio no tanto en distribuirse entre una elite reducida e influyente sino en llegar a un público lo más amplio posible.
Para ello van a abandonar la perspectiva ideológica y, aunque la opinión y la toma editorial de posturas ante determinados asuntos resultará aún frecuente y seguirá incrustada en el ADN del periodismo, abrazaron un nuevo ideal: la objetividad.
Aunque el concepto de objetividad se irá transformando y evolucionando, en este primer momento la idea se puede definir en torno a dos claves elementales:
- Se deben diferenciar los hechos de las opiniones
- El periodista debe ser un mero testigo de los acontecimientos que informa.
De este modo los periodistas de gran parte del siglo XIX se dejarán llevar por el principio profesional de la imparcialidad entendido como una cierta asepsia y desapego emocional respecto a los eventos que trasladan a sus lectores. Serán cronistas o espectadores de la realidad, pero nunca protagonistas. Podrán observar los hechos desde lugares más o menos privilegiados, pero solo podrán observar.
No obstante varias décadas después, cuando el XIX va llegando a su fin, este modelo de periodismo comenzó a mostrar varios síntomas de agotamiento que cristalizaron con la llegada de la prensa sensacionalista, muy especialmente con las cabeceras de Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst. Enfrentados en muchos aspectos, ambos empresarios compartían implícitamente una idea sobre la prensa: los periódicos ya no podían limitarse a informar o comentar la realidad. Había llegado el momento de que los periódicos cambiasen esa realidad.
En este sentido, por ejemplo, las páginas del New York World de Pulitzer impulsaron de manera decidida un periodismo de investigación que no se limitaba a registrar aquellos acontecimientos que salían a la luz sino que, por el contrario, aspiraba a desvelar realidades que por el motivo que fuera permanecían ocultas. Cabe destacar aquí la figura de Nellie Bly, una de las reporteras estrellas del periódico. Bly llegó a simular una enfermedad mental para ser recluida en un manicomio y poder escribir una serie de reportajes acerca de las condiciones inhumanas a las que eran sometidos los pacientes de estas instituciones psiquiátricas en la época.
No obstante fue el New York Journal de Hearst quien más lejos quiso llevar esta nueva visión del periodismo. Hearst quiso convertir a su periódico en una fuerza social que llegara a donde los actores y las estructuras políticas no podían o no querían llegar. Se implicó en acciones y eventos que hasta el momento solo eran responsabilidad del Estado y sus instituciones. Así, por ejemplo, llegó a impulsar investigaciones sobre crímenes que la policía neoyorquina daba por imposibles. Y resolvió esos crímenes.
Sin embargo, el principal ejemplo de este nuevo periodismo “de acción” como gustaba denominar a Hearst se encuentra en el rocambolesco episodio de Evangelina Cisneros. En plena revolución de Cuba contra el dominio español esta joven fue detenida y encarcelada supuestamente por colaborar con los insurgentes. El Journal convirtió el caso en un ejemplo de la crueldad de los españoles y organizó una campaña para denunciar su situación y recoger firmas para solicitar su puesta en libertad.
Esta historia alcanzó su cenit en el momento en que el Journal financió y organizó un grupo paramilitar que se infiltró en Cuba, liberó a la prisionera y la trasladó a Estados Unidos para ser recibida como una heroína. En palabras del propio periódico “El Journal resuelve de un solo golpe todo lo que no han podido lograr meses de burocracia”.
Tras esta actitud del Journal y del World se escondía la idea de que, al ser actores independientes, los periódicos podían y debían implicarse en la realidad. Su deber y responsabilidad ante el público consistía en denunciar situaciones injustas e incluso resolverlas por su mano si fuera necesario. Resulta un caso significativo -el más significativo, quizá- del debate constante acerca del papel que debe desempeñar el periodismo respecto a la realidad. ¿Debe mantenerse al margen de posturas políticas y otras controversias? ¿O por el contrario debe tomar postura y denunciar aquellas realidades negativas o dañinas para el público? ¿Qué debemos esperar de los medios?
Este debate no murió con la llegada del siglo XX y cíclicamente adopta nuevas formas y abre nuevas preguntas. Así, en la décadada de 1950, con la llegada de la televisión, EEUU llegó a regularse el tiempo de antena que se dedicaba a visiones contrapuestas sobre asuntos polémicos. De este modo el gobierno estadounidense quería asegurarse de que los medios no se convirtieran en herramientas políticas al servicio de una ideología u otra.
No obstante, esta actitud fue criticada y porque se corría el riesgo de relativizar el debate ideológico y social y de proporcionar el mismo protagonismo a ideas infundadas o basadas en evidencias dudosas o directamente falsas. Pongamos un ejemplo contemporáneo: ¿queremos que los medios presenten a antivacunas, negacionistas del cambio climático y terraplanistas como puntos de vistas igual de válidos y respetables que aquellas basadas en evidencias científicas? Bajo mi opinión, un periodista no debe convertirse en un mero transmisor de opiniones, puesto que se corre el riesgo de trasladar ante los ojos de los espectadores evidencias y falacias en igualdad de condiciones.
En el mundo anglosajón corre un dicho que, para mí, resume muy bien el papel que debería asumir el periodismo: “Si una persona dice que llueve y otra dice que no llueve tu trabajo no consiste en presentar lo que dice cada uno. Tu trabajo consiste en asomarte a la ventana y ver si llueve o no”. El periodismo, y más en tiempos de posverdad, debería apostar por la objetividad y la búsqueda de hechos y no convertirse en una mera correa de transmisión de opiniones y medias verdades.
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