Daniel Berciano Jiménez

La docencia se ha instaurado como uno de los pilares fundamentales de nuestra sociedad. Bajo ella recae la responsabilidad de bordar un futuro acorde con los retos que nos plantean los cambios sociales y preparar a las futuras generaciones ante las nuevas expectativas de futuro. Tratémosla, entonces, con la importancia que merece una herramienta de tal calibre. Una herramienta capaz de guiar, entablar y reconducir; educar e insertar; reeducar y reinsertar. Al mismo tiempo, es capaz de darnos una visión argumentada de la forma de concebir los diferentes estamentos sociales, inclusive aquellos cuya imagen es presa de estigmas pregoneros del desdoro.
Por su parte, la comunicación se ha erigido de tal modo que, ante el amplio abanico de procesos comunicativos alcanzados hoy en día, es difícil idear instrumentos socializadores faltos de tal recurso. Hablábamos en el párrafo anterior de la educación como una herramienta esencial para construir el porvenir, y en el presente versículo introducimos la comunicación en clave docente, la comunicación como refuerzo para mejorar el papel de la docencia. Agrupando ambos conceptos, el término adecuado para abordar la explicación sería la educomunicación.
De acuerdo con Barbas Coslado, es un campo de estudios que aborda las dimensiones teóricas y prácticas de la educación y la comunicación. La unificación de ambas disciplinas busca potenciar el rol de una y otra, de forma que su complementación conlleve la mejora de los resultados de cada una de sus fuentes de trabajo.
Esta base permite la aplicación en cualquier recinto en el que la docencia marque las pautas de funcionamiento. Desde preescolares hasta universidades, pasando por todos y cada uno de los niveles formativos, reglados y no reglados. Llegados a este punto, extrapolémoslo a una realidad aparentemente alejada de nuestros quehaceres: los centros penitenciarios.
Las penitenciarías son el establecimiento en el que las personas privadas de libertad por el quebrantamiento de la legislación, sufren la condena impuesta por los tribunales. El objetivo de la clausura no es únicamente el mero escarmiento. La finalidad primordial de cumplir la pena dentro del centro es reinsertar al interno a partir de su formación y la adquisición de conocimientos aplicables una vez consiga su libertad. Como vemos, la educación cobra una importancia superior, si cabe, a la que ya tiene para el resto de la población. Por diferentes motivos, es obvio que las situaciones que tenemos delante no entrañan la misma dificultad que otros centros educativos. Veamos.
La labor que desempeña el equipo de trabajadores docentes es, cuanto menos, ardua. Las dificultades se hallan en la predisposición del recluso, más que en las capacidades para superar el contenido impartido. ¿Cómo se consigue que alguien que no quiere participar en las actividades docentes cambie de opinión y encuentre algún tipo de aliciente en ellas? He aquí donde aparece la comunicación, un as que los centros penitenciarios esconden bajo su manga, pero que son incapaces de jugarlo de forma adecuada.
Kaplún insiste en esta visión. Precisa sus argumentos sobre el papel que juegan los profesionales en este aspecto y la función que debe desarrollar la comunicación en su labor. “Su principal función será, entonces, proveer a los grupos de educadores de canales y flujos de comunicación para el intercambio de tales mensajes”, referencia en su texto Una pedagogía de la comunicación (el comunicador popular).
En el momento del ingreso, los internos son evaluados por los especialistas pertinentes y se les comunica, en el caso de los centros catalanes mediante el Programa Individualizado de Tratamiento (PIT), las actividades a las cuales deberían asistir. Aparte, en las zonas comunes de los módulos podemos encontrar paneles informativos sobre las actividades y cursos que se imparten. Cabe añadir que, en algunos casos, no se encuentran en el mejor de los estados. Aún así, habrá quien crea que es suficiente. Estos mismos son los que dan razones a quienes dicen que en las cárceles no se reeduca, pero vaya.
Teniendo la posibilidad de plantear una labor fundamental para facilitar la reinserción laboral y social de los internos, es difícil entender cómo no se lleva a cabo de forma adecuada. Fomentar la docencia en las penitenciarías y mostrar la labor que se lleva a cabo dentro, entiéndase que hablamos de comunicación interna y externa, significaría una doble labranza, ambas beneficiarias para el conjunto de la sociedad.
Por una parte, mostraríamos a un colectivo estigmatizado un punto de vista de la realidad alternativo al que ellos conocían antes de su llegada al centro, la importancia de su preparación y la segunda oportunidad que se les brinda para labrar su vida, si es que sus intereses y esfuerzos corresponden. Por otra parte, mentalizaríamos al otro segmento de la población sobre el trabajo y la dedicación del personal que participa en el proceso de reinserción ya comentado.
Al fin y al cabo, no estamos hablando de esfuerzos titánicos, creo. Más bien, se trata de aprovechar aquellos instrumentos que están a nuestro alcance. Si los fines fueran lucrativos, lo entendería. Tratándose de aspectos sociales, no sé a qué esperamos.
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