La increíble historia de la corrupción futbolística durante el régimen comunista de Rumanía
Por Diego Alonso Peña
La noche del 7 de mayo de 1986 se disputaba la final de la Copa de Campeones de Europa, en Sevilla, donde el F.C Barcelona dirigido por Terry Venables se enfrentaba al Steaua de Bucarest, un equipo rumano controlado por el Ejército. Sin embargo, aquella noche de mayo ocurrió lo impensable. Tras los 90 minutos reglamentarios, el partido aparentemente favorable al Barça se encontraba en un resultado de 0-0 y después de la prórroga este no varió, es decir, se jugaban la final en la tanda de penaltis. Y lo imposible sucedió, tiro tras tiro, penalti tras penalti y disparo tras disparo el portero rumano Helmuth Duckadam detuvo todos y cada uno de los lanzamientos culés. Esa noche, en el estadio Sánchez Pijuán, un equipo rumano levantó por primera vez la Copa de Campeones. Helmuth fue nombrado el mejor jugador del partido y volvió a casa con el apodo de ¨Héroe de Sevilla¨.
En Rumanía todo el mundo les esperaba como héroes y el más aclamado era evidentemente el portero que desde entonces sería una leyenda más del país.
Sin embargo, unas semanas después de la gran final el portero se retiró de los campos de fútbol, y fue así como comenzó el misterio de Helmuth Duckadam. Muchos narran con seguridad la historia de que después de ganar la final, el presidente del Real Madrid, Ramón Mendoza, regaló a cada uno de los jugadores un Mercedes Benz dando así las gracias al equipo rumano por eliminar al gran rival. ¿Qué ocurrió a continuación? Dicen que el hijo del dictador Nicolae Ceaucescu le pidió a los futbolistas que diesen los coches al estado rumano. Era un país dirigido por un gobierno comunista y como tal no les permitieron quedarse con los Mercedes, pero el portero, que en su opinión se merecía el coche, dijo que no a la petición del dictador y este le envió a la Securitate, la policía secreta rumana, temida por todo el país por ser una de las más brutales, y cuyos secuestros y asesinatos a sus espaldas alcanzan cifras desorbitadas. Helmuth fue arrestado, torturado y finalmente le rompieron las manos impidiéndole así volver a jugar al fútbol durante los siguientes tres años. Después volvió a un pequeño equipo de segunda división llamado Vagonul Arad, donde pasó los últimos años de su carrera, sin pena ni gloria.
Sin embargo, el futbolista, que ha dado muchas entrevistas y ha hablado mucho de esta historia, la niega con rotundidad y explica que simplemente fue una enfermedad -trombosis en su brazo derecho- lo que le hizo retirarse de los terrenos de juego y que casi le amputasen el brazo. Confirma su mala relación con el dictador, pero añade que éste nunca le hizo ningún daño. En Rumanía nadie se acaba de creer sus palabras, y la realidad de esta sucesión de hechos y sospechas nunca terminó de aclararse, ocultada por un régimen dictatorial.
En esta misma década, Ceaucescu debía pagar la deuda generada por su país a lo largo de los diez últimos años. Tras la separación de Rumanía de la Unión Soviética se produjo la finalización del préstamo ruso, dejando así una importante deuda. La solución del dictador fue empezar a exportar casi toda la producción agrícola e industrial, desabasteciendo al pueblo de sus propios recursos. Y esto lo acabaría pagando.
Gracias al éxito del Steaua de Bucarest en Europa, el régimen decidió esforzarse para que Rumanía volviera a estar en el foco deportivo y dar a su pueblo nuevos héroes, para así mantenerlos felices, engrandecer su propaganda y conseguir un beneficio económico para solventar la deuda adquirida.
La gran apuesta deportiva se centró en Rodion Camataru, un antiguo Infante de Marina que toda su vida había jugado en el modesto equipo de FC Universitatea Craiova. Era el típico delantero grande y tosco, en el que los defensas depositaban su atención para así oxigenar las bandas. No era un jugador talentoso pero sí eficaz. En su club anotó 122 goles durante once temporadas, lo que ayudó a conseguir un par de Ligas y cuatro Copas de Rumanía, números más que aceptables para lo que era el fútbol rumano de entonces. Esto hizo que los grandes de su país se fijaran en él hasta fichar en 1986 por el Dinamo de Bucarest, conocido por todos como “El equipo de la Securitate”, el favorito de la mujer de Ceaucescu.
La temporada del Dinamo fue espectacular y Camataru logró su mejor marca goleadora con 24 goles a falta de seis jornadas para que terminase la Liga. Esa cifra de tantos le convertía en Bota de Plata europea, sólo por detrás del austríaco Polster, pero el régimen comunista tenía otros planes para el delantero.
La Securitate amenazó uno a uno a los seis equipos que faltaban por enfrentarse al Dinamo de Camataru. Como todo el mundo sabía, si te negabas a las peticiones podrías acabar como Duckadam o simplemente muerto. Gracias a esto, los equipos no se esforzaron mucho con el 9 del Dinamo de Bucarest y marcó tres hat-tricks, un doblete, cinco goles en uno y cuatro en otro, haciendo un total de veinte goles en seis jornadas, superando ampliamente a su rival austriaco y ganando la Bota de Oro europea. Todo el mundo observó incrédulo la gesta del delantero rumano, pero no había pruebas para demostrar el fraude. En 2008 la UEFA le reconoció el título al austriaco Polster, que anotó 39 goles legales, aunque el trofeo sigue colgado en Rumanía.
Un par de años después, en 1988, llegaron a la final de la Copa de Rumanía los dos equipos de Bucarest, el Dinamo y el Steaua. Había una gran rivalidad entre ellos por ser de la misma ciudad y ser dos de los mejores conjuntos del país, lo que sería en España el Real Madrid y el Atlético de Madrid. Se había generado un ambiente de inseguridad por la implicación de la Securitate y el Gobierno en el partido; no era para menos, teniendo en cuenta los antecedentes de los últimos años, desde la retirada de los campos de juego de Helmuth Duckadam hasta la Bota de Oro de Rodion Camataru.
La tensión se mascaba desde el inicio del encuentro como toda gran final. A mediados de la segunda parte, el marcador se encontraba en 1-1, empate. En el minuto 88, ocurrió algo que cambiaría el partido. El árbitro favorecía ligeramente al Dinamo con pequeños detalles, que si faltas, fueras de juego, acciones penadas que eran legales… El Steaua de Bucarest anotó el gol que le daría la Copa, pero no fue así: el árbitro invalidó la jugada por fuera de juego. La directiva del Steaua, al ver tal disparate, decidió retirar al equipo del campo y el Ministerio del Interior ordenó a los medios de comunicación que no publicaran nada hasta saber el veredicto de la Federación Rumana de Fútbol. Tras 48 horas de incertidumbre, el Steaua levantó la Copa pese a las decisiones del árbitro.
Un año después, Ceaucescu colma el vaso de la paciencia del pueblo rumano. Con sus medidas económicas había dejado a los ciudadanos con una pobreza insostenible que les incitó a la sublevación.
La revolución se llevó a cabo en el mes de diciembre de 1989, tras el agotamiento del pueblo diferentes ciudades se convirtieron en focos de violencia, como Timişoara, que fue de las primeras revolucionarias que lucha contra el ejército y la Securitate, además de ser un ejemplo para muchas otras ciudades. En Bucarest, capital del país, un mar de banderas rumanas sin el escudo de la república socialista se alzaron contra Ceaucescu que huyó con su mujer hasta que fueron capturados en Târgovişte.
Con el tiempo, Ceaucescu y sus colaboradores más cercanos fueron juzgados por un tribunal militar y condenados a la pena de muerte. A nivel futbolístico, ese mismo año y con la insostenibilidad política del país, el Steaua devolvió la copa al Dinamo, que la rechazó por las irregularidades cometidas en épocas anteriores. Sin embargo, la F.R.F consideró vencedor al Steaua de Bucarest.
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