por Sara Molina
Entonces: ¿Compartimos con nuestros círculos sociales aquello que consideramos importante? ¿O hemos normalizado competir por el trofeo de la vida perfecta a base de la idealización que, en redes sociales se encuentra in crescendo? Es innegable que, la llegada de plataformas como Instagram, nos ha brindado grandes beneficios como la comunicación inmediata, mantener el contacto con nuestros vínculos más lejanos, y, la generación de mensajes y/o discursos que remueven conciencias sobre cuestiones que, hasta hace no muchas décadas, han permanecido guardadas bajo llave.
La salud mental, es uno de esos tabúes que la divulgación a través de medios y plataformas sociales ha terminado de romper, acarreando así, consecuencias como ser conscientes de la cara B de esta vorágine digital.
Es una realidad que, todos en algún momento, hemos sentido una sensación placentera o de bienestar ante la reacción a nuestro contenido, ya sea un comentario o un like. Y es que, el cerebro humano, libera una sustancia química conocida como dopamina que se asocia con la felicidad, por lo que la conducta se refuerza, y el icono en forma de corazón o el pulgar hacia arriba constituye una forma de aprobación social que a medida que ha ido transcurriendo el tiempo ha adquirido un prisma competitivo que perpetúa la exhibición de vidas aparentemente perfectas, sin grietas. Una perfección que incluso se premia y muchas personas desean alcanzar.
Pero ¿Qué hay tras esas fotografías en playas paradisiacas? ¿Qué se esconde detrás de cada una de las personas que salen sonriendo en el último post? Fuentes como el documental Dilema en las redes (Netflix), hacen hincapié en que los problemas asociados a la ansiedad y la depresión han aumentado aproximadamente un 62% en chicas adolescentes, esa exigencia por conseguir likes, followers y dar a entender que supuestamente vivimos la vida que deseamos, ocultando así, nuestra versión más real.
Esta competición por la perfección desencadena una necesidad de exhibir los eventos que consideramos positivos y significativo para que quede constancia de que han ocurrido, haciendo apología al famoso dicho ‘’Si no se ve, no existe’’. Por lo que, para que exista, es necesario pasar el filtro de mostrarlo para conseguir la aprobación social.
La selección de información, la idealización, la corrección de lo imperfecto, lleva a lanzar el siguiente interrogante: ¿Hasta que punto nos convertimos en personajes y hasta que punto dejamos de ser reales? También, cabe recalcar que, durante los últimos tiempos, se está produciendo un despertar digital que, permite a los usuarios de las redes cerciorarse de los riesgos que implican el consumo irresponsable a nivel psicosocial. Un despertar que, deconstruye ese personaje y nos hace cada vez más reales.
Fuentes consultadas
Jadot, E. (2022). #Happy: la dictadura de la felicidad en las redes sociales. [Documental]. RTVE. Owrloski, J. (2020). El dilema de las redes. [Documental]. Netflix
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